Existe la creencia generalizada de que una empresa, casi por definición, debe saber adónde se dirige, cuál es su propósito y su misión. Como es lógico, lo mismo esperamos de las personas que ocupan puestos de responsabilidad: que sean determinadas, infalibles, que tomen decisiones sin vacilar. Pero la realidad de cada día nos dice que la dirección de un negocio es, realmente, un jardín inagotable de preguntas, de dudas, de situaciones imprevisibles que nos vemos obligados a controlar. La empresa es el territorio natural del homo quaerens, es decir, el ser humano que se hace preguntas. Solo hay otro territorio que se le parece: el de la filosofía. Fátima Álvarez nos conduce a lo largo de 2.500 años de filosofía para ofrecernos las respuestas (o, al menos, las herramientas) que las grandes mentes de la historia
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